Era siempre medianoche en la tripa de la bestia. Los mudos le habían quitado su capa, sus zapatos y sus calzas. Llevaba solamente pelo, cadenas y costras. El agua marina se pegaba a sus piernas cuando subía la marea, llegando hasta sus genitales, y retrocedía otra vez cuando la marea descendía.

Sus pies se habían vuelto débiles e hinchados, objetos amorfos tan grandes como jamones. Sabía que estaba en una mazmorra pero no dónde o desde cuándo.

Hubo otra mazmorra antes que esta. Entre ellas había habido un barco, el Silencio. La noche en la que le movieron había visto la luna flotar en un mar de vino negro con una cara lasciva que le recordaba a Euron.

Las ratas se movían en la oscuridad, nadando a través del agua. Le mordían mientras dormía hasta que despertaba y las expulsaba con gritos y golpes. La barba y los cabellos de Aeron se llenabas de líquenes, pulgas y gusanos. Podía sentirlos moviéndose a través de su pelo y sus mordeduras le picaban de forma intolerable. Sus cadenas eran tan cortas que no podía rascarse. Los grilletes que le ataban al muro eran viejos y roídos y le habían hecho cortes en las muñecas. Cuando la marea se alzaba para besarle, la sal entraba en sus heridas y le hacía jadear.

Cuando dormía, la oscuridad se alzaba y le tragaba y el sueño venía… y aparecían Urri y el sonido de una bisagra oxidada. La única luz en su húmedo mundo venía de las lámparas que los visitantes traían consigo. Y eran tan escasas que empezaban a herirle los ojos. Un hombre sin nombre de rostro agrio le traía la comida: ternera salada tan dura como tejas de madera, pan repleto de gorgojos o pescado viscoso y maloliente. Aeron lo engullía y pedía más, aunque con frecuencia vomitaba después. El hombre que le traía la comida era oscuro, lento y mudo. «No tendrá lengua», Aeron no dudaba de ello. Era el estilo de Euron. La luz le dejaría cuando el mudo lo hacía y de nuevo su mundo se convertiría en una húmeda oscuridad apestando a mugre, moho y heces.

Algunas veces el mismo Euron venía. Aeron se despertaba de su sueño encontrándose a su hermano alzado ante él, farol en mano. Una vez, en el Silencio, colgó el farol en un poste y sirvió copas de vino.

—Bebe conmigo, hermano —dijo.

Esa noche Euron llevaba una camisa de escamas de hierro y una capa de lana rojo sangre. Su parche era de cuero rojo; sus labios, azules.

—¿Por qué estoy aquí? —graznó Aeron. Sus labios estaban costrosos y su voz dura—. ¿Hacia dónde zarpamos?
—Al Sur. Para conquistas, saqueos, dragones.
—Mi sitio son las islas —»qué locura», pensó Aeron.
—Tu sitio está donde yo quiera. Soy tu rey.
—¿Qué quieres de mí?
—¿Qué me puedes ofrecer que no haya tenido antes? —Euron sonrió—. Dejé las islas en manos del viejo Erik Ironmaker y sellé su lealtad con la mano de nuestra dulce Asha. No permitiría que predicaras contra su mando, así que te traje con nosotros.
—Libérame. Dios lo ordena.
—Bebe conmigo. Tu rey lo ordena —Euron agarró un puñado del enredado pelo negro del sacerdote, echó su cabeza hacia atrás y vertió la copa de vino en sus labios. Pero lo que caía en su boca no era vino. Era espeso y viscoso, con un sabor que parecía cambiar en cada sorbo. Ahora amargo, ahora agrio, ahora dulce.

Cuando Aeron lo intentó escupir, su hermano le agarró más fuerte y forzó más por su garganta.

—Así es, sacerdote. Trágalo todo. El vino de los brujos, más dulce que tu agua de mar, con más verdad en él que todos los dioses de la tierra.
—Te maldigo —dijo Aeron, cuando la copa estaba vacía. El licor se derramaba bajo su barbilla hacia su larga y oscura barba.
—Si juntara la lengua de todo hombre que me maldice podría hacerme una capa con ellas.

Aeron carraspeó y escupió. El esputo golpeó la mejilla de su hermano y se quedó allí, azul y negro, brillando. Euron se lo quitó de su rostro con el índice y lamió el dedo hasta limpiarlo.

—Tu dios vendrá por ti esta noche. O algún dios, al menos.
Euron Greyjoy by Mike Hallstein©

Y cuando Pelomojado durmió, hundido en sus cadenas, oyó el crujir de la bisagra oxidada.

«¡Urri! —gritó—. No hay bisagras aquí, no hay puerta, no está Urri». Su hermano Urrigon llevaba mucho tiempo muerto, pero allí se alzaba. Tenía un brazo negro e hinchado, infestado de gusanos, pero allí estaba Urri, aún un niño, no mayor que el día que murió.

—¿Sabes lo que espera bajo el mar, hermano?
—El Dios Ahogado —dijo Aeron, —las estancias acuosas.

Urri sacudió la cabeza.

—Gusanos… Gusanos te aguardan, Aeron.

Cuando se rió su rostro mudó y el sacerdote vio que no era Urri sino Euron, con su ojo sonriente escondido. Le enseñó al mundo su nuevo ojo de sangre, oscuro y terrible. Iba vestido de la cabeza a los talones con una armadura de escamas tan negras como el ónice. Se sentaba sobre un montículo de calaveras oscurecidas. Unos enanos daban vueltas a sus pies y un bosque ardía tras él.

—La estrella sangrante predijo el final —dijo a Aeron—. Son los últimos días, cuando el mundo será roto y reconstruido. Un nuevo dios nacerá de entre las tumbas y los túmulos.

Entonces Euron alzó un gran cuerno hacia sus labios y sopló, y dragones, krakens y esfinges vinieron a su orden y se arrodillaron ante él.

—Inclínate, hermano —ordenó Ojo de Cuervo—. Soy tu rey, soy tu dios. Adórame y te alzaré para que seas mi sacerdote.
—Nunca. ¡Ningún hombre sin dios debe sentarse en la silla de Piedramar!
—¿Por qué querría esa dura y negra roca? Hermano, mira de nuevo y observa dónde estoy sentado.

Aeron Pelomojado miró. La montaña de calaveras había desparecido. Ahora había metal bajo Ojo de Cuervo: un alto y retorcido asiento de cuchillas afiladas de hierro, dardos, filos y espadas rotas, todas goteando sangre.

Empalados sobre las picas más altas estaban los cuerpos de los dioses. La Doncella estaba allí, y el Padre y la Madre, el Guerrero y la Vieja y el Herrero… Incluso el Desconocido. Colgaban a los lados con toda clase de dioses extraños lejanos: el Gran Pastor y la Cabra Negra, Tríos de tres cabezas y el Niño Pálido Bakkalon, el Señor de la Luz y el dios mariposa de Naath.

Allí estaban todos, hinchados y verdes, medio devorados por cangrejos, con el Dios Ahogado supurando con el resto, con agua marina cayendo de su pelo.

Entonces Euron Ojo de Cuervo rió de nuevo y el sacerdote se despertó gritando en las entrañas del Silencio, con el orín recorriendo su pierna. «Era solo un sueño, una visión nacida del sucio y negro vino».

La Asamblea de sucesión era la última cosa que Pelomojado recordaba claramente. Mientras los capitanes alzaban a Euron sobre sus hombros para honrarle como su rey, el sacerdote había marchado para encontrarse con su hermano Victarion. «Las blasfemias de Euron desencadenarán la ira del Dios Ahogado sobre nosotros» advirtió. Pero Victarion insistía tozudamente en que el dios que había alzado a su hermano debía también derribarle. «No actuará —se había dado cuenta el sacerdote—. Debo ser yo».

La Asamblea de sucesión había elegido a Euron Ojo de Cuervo, pero la Asamblea estaba formada por hombres y los hombres eran débiles y hacían cosas estúpidas, eran fácilmente comprados con oro y mentiras. «Yo les invoqué aquí, a los huesos de Nagga en la Estancia del Rey Gris. Les convoqué a todos juntos para que eligieran a un rey justo, pero en su embriagada insensatez han pecado». Tenía que ser él el que deshiciera lo que había hecho. «Los capitanes y los reyes alzaron a Euron, pero la gente común le derribará,» prometió a Victarion. «Iré de Gran Wyk a Harlow y de Monteorca al mismo Pyke. Cada pueblo y ciudad deberá oír mis palabras. ¡Ningún hombre sin dios debe sentarse en el Trono de Piedramar!»

Cuando marchó su hermano, buscó confortarse en el mar. Unos pocos de sus Hombres Ahogados le siguieron pero Aeron les rechazó con unas pocas palabras afiladas. No quería más compañía que la de su Dios.

«Aeron Greyjoy, Pelomojado», ilustración por inthearmsofundertow

Más abajo de donde los barcoluengos habían fondeado a lo largo de la orilla, encontró la ola negra de sal que buscaba y la espuma blanca donde rompía sobre una enmarañada roca, medio enterrada en la arena. El agua estaba fría como el hielo pero Aeron no retrocedió ante las caricias de su dios. Las olas chocaban contra su pecho, una tras otra, haciéndole tambalear, pero él seguía avanzando hacia lo más profundo hasta que las aguas rompían sobre su cabeza. El sabor de la sal en sus labios era más dulce que cualquier vino.

Mezclado con el rugir distante de canciones y celebraciones que venían de la playa, oyó el débil crujir de los barcos que atracaban en orilla. Oía el lamento del viento y silbidos. Oyó el batir de las olas, el martillo de los dioses llamando a la batalla. Y allí y entonces, el Dios Ahogado llegó a él de nuevo, con su voz brotando de las profundidades del mar.

“Aeron, mi buen y fiel sirviente, debes decirle a los Hijos del Hierro que Ojo de Cuervo no es un verdadero rey, que la Silla de Piedramar por derecho pertenece a…a…”

No a Victarion. Victarion se había ofrecido él mismo a los capitanes y reyes pero estos le habían rechazado.

No a Asha. En su corazón Aeron siempre había querido a Asha más que a cualquiera de los hijos de Balon. El Dios Ahogado le había bendecido con un espíritu de guerrero y la sabiduría de un rey, pero le había maldecido también con el cuerpo de una mujer. Ninguna mujer había gobernando las Islas de Hierro. Ella nunca debió haber reclamado el trono. Debería haber hablado a favor de Victarion y añadir su fuerza a la suya.

No era demasiado tarde. Aeron lo había decididido mientras temblaba en el mar. Si Victarion tomaba a Asha como su mujer podrían gobernar juntos, rey y reina. En los días pasados, cada isla tenía su Rey de Sal y Rey de Roca. Que vuelvan las Antiguas Costumbres.

Aeron Pelomojado había luchado para volver a la orilla, lleno de fiera determinación. Derribaría a Euron, no con espada o hacha sino con el poder de su fe. Apoyándose levemente en las piedras, con su pelo negro aplastado y húmedo sobre su frente y mejillas, se detuvo un momento para quitárselo de ojos.

Y fue entonces cuando le tomaron, los mudos que le habían estado vigilando, esperándole, observándole a través de arena y espuma. Una mano llegó a su boca y algo duro impactó contra la parte trasera de su cráneo.

La siguiente vez que abrió los ojos Pelomojado se encontró encadenado en la oscuridad. Entonces llegó la fiebre y el sabor de la sangre en su boca mientras se retorcía en sus cadenas, en las entrañas del Silencio.

Un hombre más débil habría llorado pero Aeron Pelomojado rezaba, despertándose, durmiendo, incluso en sus sueños rezaba. «Mi dios me está poniendo a prueba. Debo ser fuerte. Debo ser fiel».

Una vez, en una mazmorra anterior a esta, una mujer le trajo comida en lugar del mudo de Euron. Una joven, exuberante y hermosa. Vestía con la elegancia de las damas de las tierras verdes. Bajo la luz de la linterna era la cosa más bella que Aeron jamás había visto.

—Mujer —dijo—. Soy un hombre de dios. Te lo ordeno, libérame.
—Oh, no podría hacer eso —dijo ella—. Tengo comida para ti. Gachas y miel —ella se sentó a su lado en un taburete y le dio la comida a cucharadas.
—¿Qué es este lugar? —Preguntó entre cucharadas.
—El castillo de mi señor padre en Escudo de Roble —las Islas del Escudo estaban a miles de leguas de su hogar.
—¿Y quién eres tú, hija?
—Falia Flores, hija natural de Lord Hewett. Voy a ser la esposa de sal del Rey Euron. Tú y yo seremos entonces parientes.

Aeron Pelomojado alzó sus ojos ante ella, con sus labios costrosos llenos de húmedas gachas.

—Mujer —sus cadenas chirriaban cuando se movía—. Corre. Él te herirá. Te matará.
—Tonto, no lo hará —se rió—. Soy su amor, su señora. Él me da regalos, tantos regalos… Sedas, pieles y joyas. Trapos y rocas, así les llama.

«Ojo de Cuervo no valora esas cosas». Ese era uno de los motivos por los que atraía a los hombres a su servicio. La mayoría de capitanes se quedaban la mayor parte del botín pero Euron no se quedaba casi nada para él.

—Me da cualquier vestido que desee —decía alegremente la chica—. Mis hermanas me hacían servirlas en la mesa, ¡pero Euron hace que ahora ellas sirvan a toda la estancia desnudas! ¿Por qué lo haría, salvo por amor hacia mí? —Puso una mano sobre su estómago y acarició la tela de su vestido—. Le voy a dar hijos. Tantos hijos…
—Él tiene hijos.
—Plebeyos y mestizos, dice Euron. Mis hijos irán antes que los suyos, lo ha jurado, ¡lo ha jurado por vuestro Dios Ahogado!

Aeron habría llorado por ella. «Lágrimas de sangre», pensó.

—Debes enviar un mensaje a mi hermano. No a Euron, sino a Victarion, Lord Capitán de la Flota de Hierro. ¿Sabes el hombre que te digo?
—Sí —dijo ella recostándose—, pero no podría mandarle ningún mensaje. Se ha ido.
—¿Ido? —Ese era el golpe más cruel—. ¿Ido a dónde?
—Al este —dijo ella—, con todos sus barcos. Va a traer a la reina dragón a Poniente. Voy a ser la esposa de sal de Euron, pero él debe tener una esposa de roca también, una reina que gobierne todo Poniente a su vera. Se dice que ella es la mujer más hermosa del mundo y que tiene dragones. ¡Las dos seremos como hermanas!

Aeron Pelomojado apenas la podía oír. «Victarion se ha ido, está al otro lado del mundo o muerto —seguramente el Dios hogado le estaba probando. Era una lección para él—. No pongas tu confianza en los hombres. Solo mi fe me puede salvar».

Esa noche, cuando la marea volvía a a su celda, rezó para que se alzara durante toda la noche, para terminar con su tormento. «He sido tu fiel y leal servidor< —rezó, agitándose en sus cadenas—. Ahora líbrame de la mano de mi hermano, ¡y llévame bajo las olas, para estar sentado a tu lado!». Pero no vino la liberación. Solo los mudos, para librarle de sus cadenas y arrastrarle por una larga escalera de piedra hacia donde el Silencio flotaba sobre un frío mar negro.

Unos días más tarde, mientras la nave se agitaba bajo alguna tormenta, Ojo de Cuervo vino de nuevo, farol en mano. Esta vez en la otra mano llevaba una daga.

Euron Greyjoy, ilustración por Evaun Wallington

—¿Sigues rezando, sacerdote? Tu dios te ha abandonado.
—Te equivocas.
—Fui yo quien te enseñó a rezar, hermanito. ¿Lo has olvidado? Iba a visitar tu dormitorio por la noche cuando había bebido mucho. Compartías cuarto con Urrigon en lo alto de la torre marina. Podía oírte rezar desde detrás de la puerta. Siempre me pregunté: ¿rezabas para que te escogiera o para que pasara de largo? —Euron presionó el cuchillo sobre la garganta de Aeron.—Rézame. Ruégame acabar con tu tormento y lo haré.
—Ni te atrevas —dijo Pelomojado—. Soy tu hermano. Ningún hermano está más maldito que el mataparientes.
—Y aún así yo llevo una corona y tú te pudres bajo las cadenas. ¿Cómo es que tu Dios Ahogado permite eso si he matado a tres hermanos?

Aeron solo pudo mirarle boquiabierto.

—¿Tres?
—Bueno, si cuentas a medio hermanos. ¿Recuerdas al pequeño Robin? Desdichada criatura. ¿Recuerdas lo grande que era su cabeza, lo suave que era? Solo sabía llorar y cagar. Fue mi segundo. Harlon fue el primero. Solo tuve que taparle la nariz. La psoriagrís había convertido su boca en piedra así que no podía llorar. Pero sus ojos se movían frenéticos mientras moría. Me rogaron. Cuando la vida se fue de ellos, salí y meé en el mar, esperando que un dios me derribara. Ninguno lo hizo. Oh, y Balon fue el tercero pero ya lo sabías. No lo hice yo pero fue mi mano la que le derribó del puente.

Ojo de Cuervo presionó la daga un poco más profundo, y Aeron sintió la sangre goteando bajo su cuello.

—Si tu Dios Ahogado no me castigó por matar a tres hermanos, ¿por qué debería molestarse por el cuarto? ¿Porque eres su sacerdote? —Retrocedió y envainó su daga—. No, no te mataré esta noche. Un hombre sagrado con sangre sagrada. Quizás tenga necesidad de esa sangre… más tarde. Por ahora estarás condenado a vivir.

«Un hombre sagrado con sangre sagrada —pensó Aeron cuando su hermano había subido de vuelta a la cubierta—. Se mofa de mí y de los dioses. Mataparientes. Blasfemo. Demonio en cuerpo humano». Esa noche rezó por la muerte de su hermano.

Fue en la segunda mazmorra cuando los otros hombres sagrados empezaron a aparecer para compartir sus tormentos. Tres llevaban túnicas de septones de las tierras verdes y uno el vestido rojo de un sacerdote de R’hllor. El último era difícilmente reconocible como hombre. Sus manos habían sido quemadas hasta el hueso y su rostro era un chamuscado y ennegrecido horror donde dos ojos ciegos se movían sin ver sobre dos quebradas oquedades que goteaban pus. Murió a las horas de estar encadenado al muro, pero los mudos dejaron su cuerpo pudrir tres días más.

Por último estaban dos brujos del este, con piel tan blanca como hongos y labios azules, morados como una contusión, tan demacrados y hambrientos que solo piel y huesos quedaban. Uno había perdido las piernas. Los mudos le dejaron colgando de una viga.

—Pree —gritaba mientras se inclinaba hacia atrás y adelante. “Pree, Pree”. Quizás era el nombre del demonio al que rezaba. El Dios Ahogado le protegía, se dijo a si mismo el sacerdote. «Él es más fuerte que esos falsos dioses que los otros adoran, más fuerte que sus oscuros encantamientos. El Dios Ahogado me liberará».

En sus momentos de cordura Aeron se preguntaba por qué Ojo de Cuervo estaba reuniendo sacerdotes, pero no creía que le gustara la respuesta. Victarion se había ido y con él, la esperanza. Los hombres ahogados de Aeron seguramente pensarían que Pelomojado se estaba escondiendo en Viejo Wyk, Gran Wyk o Pyke y se preguntarían cuándo emergería contra este rey sin dios.

Urrigon le acechaba en sus sueños febriles. «Estás muerto, Urri», pensó Aeron. «Duerme ahora, niño, y no me molestes más. Pronto me reuniré contigo».

Cuando Aeron rezaba, el brujo sin piernas hacía ruidos extraños y su compañero balbuceaba en su extraña lengua oriental, aunque si estaban maldiciendo o rogando no podía saberlo. Los septones hacían ruidos suaves de vez en cuando también, pero no con palabras que pudiera entender. Aeron sospechaba que sus lenguas también habían sido cortadas.

Cuando Euron vino de nuevo, su pelo había sido peinado hacia atrás desde su frente y sus labios eran tan azules que eran casi negros. Había dejado a un lado su corona de madera de deriva. En su lugar llevaba una corona de hierro cuyas puntas estaban hechas de dientes de tiburón.

—Lo que está muerto no puede morir —dijo Aeron fieramente—. Para el que ha saboreado la muerte una vez nunca existe el miedo. Él fue ahogado, pero vino más fuerte que antes, con acero y fuego.
—¿Harás lo mismo, hermano? —preguntó Euron—. Creo que no. Creo que si te ahogo, seguirás ahogado. Todos los dioses son mentiras, pero el tuyo es de risa. Una cosa blanca pálida que se parece a un hombre, con sus miembros quebrados e hinchados y su pelo flotando en el mar mientras los peces pican su cara. ¿Qué idiota le adoraría?
—Él es tu dios también —insistió Pelomojado— y cuando mueras, te juzgará severamente, Ojo de Cuervo. Pasarás la eternidad como una babosa marina, arrastrándose sobre tu estómago, alimentándote de mierda. Si no temes matar a tu propia sangre, corta mi garganta y termina conmigo. Estoy cansado de tus dementes proclamas.
—¿Matar a mi propio hermano pequeño? ¿Sangre de mi sangre, nacido de los lomos de Quellon Greyjoy? ¿Y quién compartirá mis triunfos? La victoria es más dulce con alguien querido tu lado.
—Tus victorias son huecas. No puedes mantener las Islas del Escudo.
—¿Para qué querría mantenerlas? —El ojo sonriente de su hermano brillaba bajo la luz del farol, azul y osado, y lleno de malicia—. Las Islas del Escudo han servido mi propósito. Las tomé con una mano y las daré con la otra. Un gran rey es generoso, hermano. Es tarea de los nuevos lores mantenerlas ahora. La gloria de ganar esas rocas será mía para siempre. Cuando se pierdan, la derrota pertenecerá a los cuatro necios que tan alegremente aceptaron mis regalos —se acercó más a Aeron—. Nuestros barcoluengos están saqueando el Mander y toda la costa, incluso el Rejo y el Estrecho Redwyne. Las Antiguas Costumbres, hermano.

«Locura».

—Libérame —Aeron Pelomojado ordenó con su voz más dura—, ¡o arriésgate a la ira de Dios!”

Euron sacó una botella labrada en piedra y una copa de vino.

—Tienes una mirada sedienta —dijo mientras servía—. Necesitas un trago, probar el color del ocaso.
—No —Aeron giró la cabeza—. No, he dicho.
—Y yo digo sí —Euron echó hacia atrás su cabeza cogiéndole de su cabello y forzó el vil licor dentro de su boca de nuevo. Aunque Aeron cerró la boca, girando su cabeza de lado a lado mientras luchaba todo lo que podía, al final tenía que ahogarse o tragar.

Los sueños fueron incluso peores la segunda vez. Vio los barcoluengos de los Hijos del Hierro a la deriva y ardiendo en un mar ardiente rojo sangre. Vio a su hermano de nuevo en el Trono de Hierro, pero Euron ya no era humano. Parecía más un calamar que un hombre, un monstruo nacido de un kraken de las profundidades, con su cara convertida en una masa de tentáculos retorcidos.

A su lado estaba una sombra en forma de mujer, larga y alta y terrible, con sus manos llenas con un pálido fuego blanco. Unos enanos deambulaban a su antojo, hombres y mujeres, desnudos y deformes, unidos en abrazo carnal, mordiéndose y desgarrándose unos a otros mientras Euron y su compañera reían y reían y reían…

Aeron soñó que se ahogaba también. No con la felicidad que llegaría en las estancias acuosas del Dios Ahogado, sino con el terror que incluso el creyente sentía cuando las aguas llenaban su boca, nariz y pulmones y no podía respirar. Pelomojado despertó tres veces, y ninguna de ellas fue un despertar real, sino solamente otro capítulo de su sueño.

Pero al final vino el día en que la puerta de su mazmorra se abrió y un mudo llegó salpicándole sin comida en sus manos. En su lugar llevaba un anillo de llaves en un lado y un farol en el otro. La luz era demasiado brillante como para mirarla y Aeron tenía miedo de lo que significaría. «Brillante y terrible. Algo ha cambiado. Algo ha sucedido».

—Traedles —dijo una voz medio familiar desde la triste luz—. Sed rápidos, ya sabéis cómo se pone.

«Oh, lo sé. Lo he sabido desde que era un niño».

Un septón hizo un ruido asustado mientras el nudo le quitaba sus cadenas, un sonido medio ahogado que parecía haber sido un intento de hablar. El brujo sin piernas miraba las aguas negras, con sus labios moviéndose silenciosamente en una oración.

Cuando el mudo vino hacia Aeron intentó luchar, pero la fuerza se había ido de sus miembros y un golpe fue todo lo que necesitaron para calmarle. Su muñeca estaba desencadenada y luego la otra. «Libre —se dijo a si mismo—, soy libre». Pero cuando intentó dar un paso, sus piernas debilitadas se doblaron. Ninguno de los prisioneros tenía la capacidad de caminar. Al final los mudos tuvieron que llamar a más de su clase.

Dos de ellos agarraron a Aeron de los brazos y le arrastraron a una escalera en espiral. Sus pies golpeaban los escalones mientras ascendían, mandado dolores como puñales a sus piernas. Se mordió los labios intentando evitar llorar. El sacerdote pudo oír a los brujos tras él. Los septones iban los últimos, lloriqueando y jadeando.

Con cada giro en la escalera los escalones parecían más claros, hasta que finalmente una ventana apareció en el muro a mano izquierda. Solo era era una hendidura en la piedra, con apenas el ancho de una mano, pero parecía lo suficientemente amplia como para admitir un puñado de luz. «Tan dorado —pensó Pelomojado—, tan hermoso».

Cuando le subieron por los escalones hacia la luz sintió el calor en su rostro y las lágrimas cayeron por sus mejillas. «El mar. Puedo oler el mar. El Dios Ahogado no me ha abandonado. ¡El mar me llenará de nuevo! Lo que está muerto no puede morir, sino que se alza más duro y más fuerte».

—Llevadme al agua —ordenó, como si estuviera de vuelta en las Islas del Hierro rodeado de sus hombres ahogados, pero los mudos eran criaturas de su hermano y no le prestaban atención.

Le arrastraron más escalones hacia arriba, por una galería con antorchas, a un cuarto desolado de piedra donde una docena de cuerpos estaban colgando de las vigas, girándose y balanceándose. Una docena de los capitanes de Euron estaban reunidos allí, bebiendo vino entre los cadáveres. Lucas Codd el El Zurdo estaba sentado en el puesto de honor, llevando un tapiz pesado de seda como capa. A su lado estaba el Remero Rojo y más allá  Jon Carapicada Myre, Mano de Piedra y Rogin Barbasal.

—¿Quiénes son esos muertos? —Quiso saber Aeron. Su lengua estaba tan gruesa que sus palabras salieron como un susurro oxidado, débil como el pedo de un ratón.
—El señor que mantenía este castillo, con los suyos —la voz pertenecía a Torwold Dientenegro, uno de los capitanes de su hermano, una criatura tan vil como el propio Ojo de Cuervo.
—Cerdos —dijo otra vil criatura, a la que llamaban el Remero Rojo—. Esta era su isla. Una roca, en el Rejo. Ellos se atrevieron, «oink», a amenazarnos. Redwyne, «oink». Hightower, «oink». Tyrell, «oink, oink, oink». Así que les mandamos chillando al infierno.

«El Rejo —ninguna vez desde que el Dios Ahogado le había concedido una segunda vida Aeron se había aventurado tan lejos de las Islas del Hierro—. Este no es mi sitio. Yo no debo estar aquí. Debería estar con mis Hombres Ahogados, predicando contra Ojo de Cuervo».

—¿Han sido vuestros dioses buenos con vosotros en la oscuridad? —Preguntó Lucas Codd El Zurdo.

Uno de los brujos gruñó una respuesta en su horrenda lengua oriental.

—Os maldigo a todos —dijo Aeron.
—Tus maldiciones no tienen poder aquí, sacerdote —dijo Lucas Codd—. Ojo de Cuervo ha alimentado bien a tu Dios Ahogado y lo ha engordado con sacrificios. Las palabras se las lleva el viento, pero la sangre es poder. ¡Hemos mandado a miles a las aguas, y él nos ha dado victorias!
—¡Considérate bendecido, Pelomojado! —Dijo Mano de Piedra—. Vamos a volver al mar. La flota Redwyne avanza contra nosotros. Los vientos han ido contra ellos mientras rodeaban Dorne, pero están por fin lo suficientemente cerca como para haber envalentonado a esa vieja en Antigua, así que ahora los hijos de Leyton Hightower se acercan por el Canal de los Susurros con la esperanza de cogernos por la retaguardia.
—Tú sabes lo que es te cojan por la retaguardia, ¿no? —Dijo el Remero Rojo riéndose.
—Llevadles a los barcos —ordenó Torwold Dientenegro.

Y así Aeron Pelomojado volvió a la mar salada. Una docena de barcoluengos estaban en el muelle bajo el castillo y el doble orillados en la playa. En los mástiles ondeaban estandartes familiares: el kraken Greyjoy, la luna sangrienta Wynch, el cuerno de guerra de los Goodbrothers. Pero en la popa ondeaba uno que el sacerdote nunca había visto, un ojo rojo con una pupila negra bajo una corona de hierro soportada por dos cuervos. Bajo ellos, una hueste de barcos mercantes flotaban en el tranquilo y turquesa mar. Cocas, carracas, barcos pesqueros e incluso una carabela, un barco inflado tan grande como el Leviatán.

«Botines de guerra», sabía Pelomojado.

Euron Greyjoy, ilustración por Janvier2015

Euron Ojo de Cuervo estaba en la cubierta del Silencio, portando una armadura de escamas negras como nada que Aeron hubiera visto hasta entonces. Era negra como el humo pero Euron la llevaba como si fuera la más fina seda. Las escamas tenían bordes de oro rojizo, y brillaban y refulgían cuando se movían. Los patrones, espirales, glifos y símbolos arcanos marcados en el acero, podían verse en el metal.

«Acero valyrio —reconoció Pelomojado—, su armadura es de acero valyrio —en todos los Siete Reinos, nadie portaba una armadura de acero valyrio. Esas cosas se habían visto hace 400 años, en los días antes de la Maldición de Valyria, pero incluso entonces costaban un reino—. Euron no mentía. Ha estado en Valyria. No sorprende que esté loco».

—Su majestad —dijo Torwold Dientenegro—, tengo a los sacerdotes. ¿Qué quiere que hagamos con ellos?
—Atadlos a las proas —ordenó Euron—. Mi hermano en el Silencio. Tomad uno para vosotros. Dejad al resto que apuesten con dados por los otros, uno por barco. Hagamos que sientan la espuma, el beso del Dios Ahogado, húmedo y salado.

Esta vez los mudos no le arrastraron abajo. En su lugar, le ataron a la proa del Silencio junto a su figura de proa, una doncella desnuda delgada y fuerte con brazos abiertos y pelo movido por el viento… pero sin boca bajo su nariz. Lo ataron fuertemente, con tiras de cuero que se comprimían al mojarse, llevando solo su barba y un calzón.

Ojo de Cuervo dio una orden: una vela negra se alzó, los cabos se liberaron y el Silencio se alejó de la orilla al ritmo del tambor del jefe de remeros, con sus remos alzándose y hundiéndose y alzándose de nuevo, batiendo el agua. Sobre ellos, el castillo estaba ardiendo, con llamas lamiendo las ventanas abiertas.

Cuando estaban en alta mar, Euron volvió a él.

—Hermano —dijo—, pareces desamparado. Tengo un regalo para ti.

Llamó por señas a dos de sus hijos bastardos, que trajeron a una mujer adelante y le ataron al otro lado de la figura de proa. Desnuda como la doncella sin boca, su suave barriga empezaba a hincharse con el niño que llevaba, con sus mejillas rojas de lágrimas, no luchaba mientras los chicos le ataban. El pelo le caía sobre su rostro, pero Aeron la reconoció igualmente.

—Falia Flores —le llamó—. ¡Ten coraje, niña! Todo esto terminará pronto y festejaremos juntos en las estancias acuosas del Dios Ahogado!

La chica alzó la cabeza, pero no respondió. «No tiene lengua con la que responder», supo Pelomojado. Se lamió sus labios y le supieron a sal.

Traducido por Los Siete Reinos

Bruce Banner photo banner definitivo_zps6ghqu7nl.gif